domingo, 21 de marzo de 2010

SIEMPRE NOS QUEDARÁ PODRÍA



Podría escribir de miles de cosas o podría simplemente centrarme en una.
Podría hablar de las cosas que he hecho. O podría llorar por las cosas que he dejado escapar.
Podría soñar despierta.
Podría soñar que soy piloto de cometas, que vuelo entre las estrellas, y hago una visita al Principito que cuida su rosa. O podría ser una princesa desconocida que recoge las lágrimas del sol porque la luna no le sonríe.
Podría dormirme ahora mismo pensando en tus sonrisas, esas que guardo en un bote de cristal para regalartelas cuando estés triste.
Podría observar esa fotografía y retener en mi mente el instante en que se tomó.
Aunque podría hablar de todos esos podrías que pasan por la cabeza y se dejan escapar. Destellos de ilusiones que se van por miedo. Palabras que vuelan al viento sin llegar a salir de la boca.
Hoy pienso en que en las peores situaciones siempre nos queda un podría, que nos hace ver una pequeña esperanza en mitad del agujero negro.
Porque aunque me encantaría sentarme
Robo el título de un poeta que podría haber descubierto antes.

domingo, 7 de marzo de 2010

DESPÉINATE

El viernes bajé rápidamente al centro para comer con “Manola”, tras una llamada con la que vi la luz en lo que se presentaba como un día gris. Comimos tranquilamente, viendo la gente pasar, hablando de nuestros problemas, nuestras preocupaciones. Soltando toda la mierda de dentro, vamos.

Había salido un día maravilloso, de esos que el sol calienta el frío del aire. Buscando unos rayos de sol, nos dirigimos a la playa, a pasear, a sentir la arena. Nunca bajo a la playa a pasear, y ese día me di cuenta de las sensaciones que me pierdo. Paseando por la playa empezamos a ilusionarnos con diferentes planes: que si independizarnos, un trabajo no sé dónde, un viaja al más allá...

Pero yo seguía ensimismada en mi problema, ese al que no he parado de dar vueltas todo el fin de semana. Me cohíbo, no digo lo que debería decir a quien se lo debería decir. Dejo pasar el tiempo. Se va el tren.

Y hablando de todo eso un poco, de repente, de los vestuarios de la Concha vimos una mujer aparecer. Pero no una mujer cualquiera. Una mujer en bañador, directa, sin pausa, con mirada firme, hacia el agua. Me fijé por si sentía algún escalofrío al llegar a la orilla y sentir el agua. Nada. La mujer ni se inmutó. Mujer de hielo, pensé. Con firmeza se fue introduciendo poco a poco, sin dar ni un ápice de sensación de frío. Cuando el agua ya le llegaba a la cintura, empezó a nadar. Esperamos unos segundos, con la esperanza de que la mujer no metiese la cabeza bajo el agua. Digo esperanza, porque yo ya sentía mis venas congeladas, los pelos de punta y la cara escarchada. Y esa mujer tenía el pelo bien peinado como para estropeárselo. No podía echar a la borda su hora de peluquería. Pero se zambulló, cual sirena. Me quedé estupefacta, ojos bien grandes y boca abierta.

Y en ese momento “Manola” habló: “Lara, tienes que mojarte la cabeza, hay que despeinarse”. El tiempo se paró. Reflexioné.

Tiene razón. Uno se moja la cabeza cuando va con la verdad por delante, anteponiendo sus sentimientos a cualquier adversidad que se pueda imaginar. Sinceridad, poder, valentía.

Despeinarse es significado de alegría. Uno se despeina cuando baila, cuando canta, cuando ríe sin poder parar, cuando el viento le da en la cara sin importarle, cuando duerme, cuando “hace el amor”... Una consecuencia que ocurre en los momentos más felices de la vida.

Esa frase me llegó muy hondo. Cruzó mi mente rápidamente. Me apuñaló el corazón. Me desperté.

¡¡¡Hay que despeinarse!!!